MACA Y ESTHER. Cap. 9. UN RAYO DE ESPERANZA

Antes de la hora acordada, todos aquellos que habían sido citados para ser la muralla humana contra el desalojo de la señora Carmen, estaban allí. La Madre Superiora rogó a las hermanas del convento que durante la plegaria de la mañana se tuviera presente tanto a la señora Carmen como a todos los que iban a estar defendiendo su casa.

La gente se había distribuido según lo acordado, la plataforma con sus habituales pancartas formaban un gran muro ante la puerta de entrada, amistades de Rafaela, vecinos del barrio estaban justo delante de ellos. Y en primera fila se había colocado Maca junto a varias mujeres que era asiduas en su ayuda al convento.

Arriba en el piso junto a la señora Carmen, se encontraba la Madre Superiora y Rafaela. Le habían dado tila para que tratara de estar tranquila.

-¡No va a pasar nada! Confíe en mí -le insistía Rafaela.

-Si le hacen daño a alguien…

-A nadie le van a hacer daño. Usted tranquila.

La Madre Superiora miraba a Rafaela con un gesto de complicidad, aquella mujer, desde el instante se le explicó el problema no había dudado ni un segundo en unirse a la lucha. Se mostraba implicada hasta el punto de llevarse a la señora Carmen y cuando más la conocía, mas capaz la veía de hacerlo. Rafaela por su parte, se asomaba de vez en cuando, silbaba y esa era su contraseña con Maca que miraba hacia arriba. El representante de la plataforma Stop Desahucios era el encargado de hablar con los responsables del desahucio. Todo estaba preparado y programado.

Justo una hora después, aparecieron los primeros coches de policía. En total iban seis coches y dos furgones blindados. Más parecía que iban a detener una manifestación masiva que a enfrentarse a unas treinta personas que al verlos empezaron a gritar contra el desahucio.

-¡Ya están ahí! -les avisó Rafaela.

-¡Ay, Dios mío! -susurró la señora Carmen.

-¿Qué va a pasar? -le preguntó la Madre Superiora al ver que se levantaba.

-Ellos querrán pasar, nosotros no les dejaremos, y habrá una nueva paralización del desalojo. Ganaremos tiempo.

-¡Qué no pase nada a nadie!

-Tranquila, Carmen, tranquila -le dijo la Madre Superiora con el gesto preocupado.

Desde arriba oyeron como se cerraban las puertas de los coches y furgones, Rafaela salió al balcón observando la situación, la gente bajo gritaba sus consignas, veía a Maca delante de todo, sabía que no estaba allí por Esther, no era el primer desahucio en el que se veía implicada, y también sabía que si la televisión la enfocaba, recibiría la llamada de su madre para reprochárselo. A ella también le gustaría estar bajo, para impedir que subieran. Tenía confianza en los presentes pero siempre le gustaba estar como a Maca, delante mirando a los ojos a aquellos hombres.

-¿Qué pasa? -preguntó la Madre Superiora.

-Están hablando con Rubén, de momento se han situado frente a la gente, pero… vamos a ver.

Desde el convento, las hermanas seguían preocupadas la escena. Para todas la señora Carmen era especial y durante la cena cuando la Madre Superiora les explicó lo que iba a suceder, ellas mismas dieron la voz para que en caso de que se produjera el desalojo, la señora Carmen pudiera vivir en el convento con ellas, ya que durante años les había estado ayudando. Todas observaban la escena desde las ventanas, Esther trataba de serenarse, veía que Maca se había puesto delante, que Rafaela salía al balcón y de vez en cuando gritaba.

-¡No tenéis vergüenza! ¡Hacer esto a una pobre anciana! ¡Sinvergüenzas!

Y era cierto, Rafaela seguía en el balcón increpando a la gente que llegaba reclamando aquella finca como suya, vio como Rubén trataba inútilmente de convencer a la gente que se escondía detrás de la policía. La tensión entre todos era máxima, tanto que las voces de los que gritaban comenzaron a subir más y más al ver que Rubén les hacía la señal de que no había conseguido nada. La gente se cogió con fuerza de los brazos mientras que desde el balcón Rafaela les dedicaba toda clase de insultos. La policía comenzó a avanzar para desalojar a la gente, Maca tragó saliva, no temía por ella, como la gente que estaba allí, todos temían por la señora Carmen. Era su casa, por la que había luchado toda la vida.

-¡Hijos de puta! -susurró Rafaela.

-¿Van a subir? -preguntó asustada la Madre Superiora.

-¡No me lo puedo creer! -su tono cambió.

-¿Qué pasa? -insistió la Madre.

-¡Es increíble! -volvió a decir-. ¡Madre venga, venga!

Cuando salió al balcón vio como la hermana Esther cruzaba la calle a toda velocidad, como adelantaba a los policías y se ponía justo en la primera fila de aquel grupo de personas, por un momento hubo silencio. Tras ella llegó la hermana Gertru que ni siquiera se puso en la fila, sino, delante de todos a un solo paso de los policías, mirándolos fijamente. Fueron llegando todas las hermanas del convento, menos la hermana Julia que se quedó con los niños. Aquel gesto hizo que los policías se detuvieran mirándose entre ellos. Hasta que sin pensarlo mucho, fueron retirándose del lugar entre los vítores de los presentes.

Sin embargo, ni aquel movimiento ni el ruido existía para Maca, porque desde que Esther se había colocado a su lado, entrelazado su mano y acariciado levemente uno de sus dedos, el mundo se había detenido para ella.

La felicidad era bien elocuente. La gente se abrazaba gritando de alegría y llamando a la señora Carmen que ayudada por una feliz Rafaela salió al balcón dando las gracias. Se mostraba emocionada rodeada por el brazo de Rafaela que hacía insistentemente la señal de victoria. No podía ni siquiera hablar, de ahí, que tan solo moviera los brazos y lanzara besos. La gente que había estado allí terminaron tan emocionados como ella. Al entrar, Rafaela la ayudó a sentarse.

-¿Qué va a pasar ahora? -preguntó la Madre Superiora.

-Bueno, la verdad que menos mal que Rubén dijo que no había que dejar nada a la improvisación, porque sin duda la aparición de las hermanas ha sido fundamental. Rubén y yo volveremos a la carga legalmente, señora Carmen no se me asuste.

Siguieron hablando mientras Maca había soltado lentamente la mano de Esther porque la hermana Gertru se había acercado para darle un abrazo enorme.

La gente no se marchó por temor a que volvieran, hicieron turnos de guardia y la acción de las hermanas fue lo más comentado entre ellos.

En el aula los niños preguntaban a Maca sobre lo ocurrido, seguía teniendo dificultades para olvidar aquella caricia. Les hablaba pero en su piel seguía dibujándose aquel lento roce entre el dedo de Esther y su piel, nunca una caricia tan mínima había provocado aquel sin fin de emociones en ella.

El revuelo en casa de la señora Carmen era considerable, las hermanas habían decidido subir para acompañarla, todas sonrientes, todas felices excepto Esther que mantenía un gesto como si su mente no estuviera acompañándola, tan solo el cuerpo. Rafaela la observaba porque no entendía su actitud.

Fue la primera en marcharse disculpándose porque le dolía algo la espalda, fue hasta el convento y pasó rápida por delante de la puerta del aula, la voz de Maca llegó a ella obligándole a sentir un escalofrío que le hizo tiritar de pies a cabeza como si su voz se hubiera colado en la espina dorsal. ¿Por qué le había acariciado? ¿Por qué su dedo hizo algo que su corazón llevaba días pidiendo y su mente prohibiendo? ¿Por qué tuvo que aparecer allí? ¿Por qué había roto su tranquilidad, su olvido de aquella parte de la vida que se había prohibido recordar? ¿Por qué le había escrito aquello? ¿Por qué? Entonces como un aire huracanado le llegó la frase. ¿Qué pretendía? ¿Qué dejara todo? ¿Qué saliera corriendo a buscar sus brazos?

-¡He salido corriendo para protegerla yo a ella! -musitó con gesto de incredulidad.

Era cierto, al ver el peligro sintió la necesidad de estar a su lado, aferrar su brazo y no separarse de ella, quiso protegerla. No podía esconderse porque a veces era lo que quería, no verla, pero otras necesitaba verla, hablar con ella, que la mirara con aquella sonrisa tan espectacular, que la abrazara con su calidez. Era como estar subida en una montaña rusa en la que, sus emociones hasta el momento en que cruzó su primera sonrisa con Maca, había estado absolutamente silenciadas en cuanto a quién era ella y lo que realmente sentía. Debía ser ella la que tomara la decisión de parar aquella locura, aquella frase que la había vuelto loca. Abrió el armario y con furia rompió aquel papel en el que un trozo había caído al suelo como si se negara a ser destruido.

de ti”

Se tumbó sobre la cama, sintió que todo le daba vueltas y trató de cerrar los ojos para descansar un rato. En ese instante le llegó la voz de su hermana ¡lo qué le faltaba! Además eso, su hermana insistiéndole cada vez que se veían diciéndole lo mismo. ¿Por qué no la convencía de que allí era feliz? A su modo, a su manera, era feliz. Resignándose era feliz. Dos golpes en la puerta le hicieron ponerse en tensión ¿no se atrevería, no?

-¿Sí?

-Hermana soy la Madre Superiora, ¿puedo pasar?

-Por supuesto, Madre -contestó aliviada.

-¿Qué tal? -cogió la silla de mimbre que tenía junto al escritorio y se sentó a su lado.

-Bien, Madre, pero tanto ajetreo reconozco que me ha agotado.

-Normal, hija. Tranquila.

-Menos mal que hemos conseguido parar el desalojo.

-La verdad que no tenía todas conmigo -su gesto formó cierta duda.

-Bueno… se ha logrado -sonrió levemente.

-Sí. Además de la espalda, ¿ocurre algo más? -Esther la miró con dudas- Hija… sabes que detesto los rodeos o que me hagan querer comulgar con ruedas de molino -le guiñó un ojo con cariño-. ¿Maca te ha molestado en algún momento?

-¿A mí? -preguntó impactada-. No, Madre ¿me tenía que molestar?

-Está bien, empiezo yo a confesar. Sabía de su vida personal, si soy sincera dudé en dejarle cumplir aquí su condena, básicamente pensé en ti, pero creo que en la vida tiene que ocurrir lo que viene escrito.

-Madre, Maca me habló de su vida, pero eso no cambia nada.

-No me gustaría que supusiera para ti ningún problema.

-No, es más, como sé que podía imaginarlo le he pedido que respete nuestras normas.

-¿Cuál se ha saltado? -la mirada extrañada de la Madre preocupó a Esther. Ante su silencio insistió-. Dime, Esther.

-Cuando se enteró que estaba mal entró aquí, sé que no lo hizo con mala intención, ni nada, solo como un impulso por su lado médico. Pero lo hablamos y se lo aclaré. De todos modos, Madre a mí no me ha causado ningún problema, ni me lo causa el que esté aquí, al contrario, creo que es una ayuda maravillosa nada más hay que ver como trata a los niños.

-Lo sé, lo sé. Pero no me gustaría crearte un problema con su presencia -insistió mirándola fijamente.

-No me lo crea.

-De acuerdo, confío en tu palabra.

-Claro, Madre.

Al quedarse sola, se sintió por primera vez desde que había entrado en el convento, que había fallado a la Madre Superiora, le había mentido. Se puso de lado sobre la cama con los ojos cerrados sintiendo unas enormes ganas de llorar.

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